27/12/2023
27/12/2023
Desde la irrupción de la pandemia, las tensiones geopolíticas, la crisis energética, el agravamiento de las distorsiones en algunas cadenas de suministros, la crisis alimentaria y el deterioro del clima han intensificado los debates sobre el futuro de la globalización. Tanto si se trata de una reglobalización, una globalización multipolar o una desglobalización, lo que sí parece ponerse de manifiesto es la existencia de una tendencia a la fragmentación económica en un entorno que puede calificarse de convulso e incierto, que ha venido marcando la evolución de los flujos comerciales y de inversión.
La globalización se ha desenvuelto entre luces y sombras. Ha impulsado el crecimiento de la economía mundial, ha propiciado el acceso a nuevos y diversos mercados, ha mejorado el nivel de vida –sobre todo en los países menos avanzados–, ha facilitado la adopción generalizada de nuevas tecnologías, ha ampliado la capacidad de elección de las personas consumidoras o ha impulsado la innovación a través de una mayor cooperación científica y un mayor flujo de información.
Pero estas tendencias se distribuyen de manera diferente entre las distintas personas y regiones. De hecho, la globalización también se ha visto acompañada de un aumento de la desigualdad interna en muchas economías, impactando en forma de pérdidas de empleo y de tejido empresarial cuando la adaptación a los cambios es difícil; de procesos masivos de deslocalizaciones productivas; de presiones sobre los salarios o sobre estándares sanitarios o medioambientales en busca de una mayor capacidad competitiva; de mayores riesgos financieros por la elevada movilidad de capital; de flujos migratorios que no se han acompañado de esfuerzos de integración, dando lugar a tensiones sociales; de una debilidad en las normas internacionales que han permitido que algunas empresas multinacionales se hayan beneficiado de jurisdicciones con una fiscalidad más laxa, afectando al nivel de ingresos públicos; o de un aumento de la ciberdelincuencia y la desinformación.
Muchos de estos desequilibrios están detrás de la nueva realidad geopolítica que, además, se enfrenta a retos mutantes y, en ocasiones, disruptivos de carácter transnacional –flujos migratorios, terrorismo y guerras, crisis financieras o pandemias–, en un marco de debilidad de las instituciones multilaterales que rigen la gobernanza mundial. Los riesgos geopolíticos han aumentado la volatilidad de los mercados y explican, en gran medida, el fuerte grado de incertidumbre que afecta a la economía internacional. La actual situación de policrisis ha originado una reflexión acerca de la transformación de la globalización que pivota alrededor de los siguientes aspectos, en los que profundiza el CES en su Memoria de 2022:
- El creciente interés por la autonomía estratégica en el terreno comercial.
- La importancia de la inversión en conocimiento como vector de competitividad.
- La interrelación entre los despliegues tecnológicos globales y la seguridad nacional.
- La urgencia de la transición energética y la descarbonización.
- El compromiso de luchar contra el cambio climático.
- El papel de las relaciones comerciales estables para garantizar la garantía alimentaria internacional.
- La presión migratoria a nivel global.
- El compromiso de reducción de los niveles de pobreza extrema y de desigualdad a nivel global.
Desde que en 2008, el comercio mundial de bienes y servicios en términos de PIB alcanzase el máximo de la serie histórica, su crecimiento parece haberse estancado. No obstante, se observa un cambio en su composición a favor del comercio de servicios, no solo del turismo, sino también de actividades como el transporte, los servicios logísticos, servicios empresariales de ingeniería, consultoría o asistencia técnica, cuyas perspectivas de crecimiento discurren al alza dados los retos digital, medioambiental y demográfico a los que se enfrenta la economía mundial. En todo caso, que el avance del comercio internacional haya tocado techo en términos de PIB, no es una realidad para todas las economías.
Además, el marco multilateral de normas económicas y comerciales pactadas, transparentes y estables ha venido perdiendo relevancia en favor de un unilateralismo caracterizado por un mayor número de aranceles y sanciones y por la ruptura de acuerdos internacionales. Según la información del Banco Mundial sobre la evolución del número de acuerdos comerciales, se habría pasado de algo más de 20 al inicio de la década de los noventa, a más de 300 en la actualidad.
Por otra parte, los flujos de capital a nivel mundial, en concreto de inversión directa extranjera (IED), han ido perdiendo su conexión con la economía real de los países de destino, sobre todo entre 2008 y 2017, tendencia que podría haberse visto amortiguada gracias a los avances alcanzados en el acuerdo global para limitar el riesgo de erosión de la base imponible y el traslado de beneficios. Según el Fondo Monetario Internacional, Estados Unidos, China, Reino Unido o Alemania fueron los principales receptores de IED a nivel mundial en 2021, circunstancia que guarda cierta correspondencia con el tamaño de sus economías. Sin embargo, entre los diez destinos principales de la IED también constan: Países Bajos, Luxemburgo, Hong Kong, Singapur, Irlanda o Suiza, economías cuyos PIB no se encuentran entre los más elevados a nivel mundial. La estadística del FMI simplemente muestra posiciones financieras transfronterizas, cosa diferente es si esos flujos se convierten en inversiones productivas en el país de destino o si más bien responden a inversiones estrictamente financieras que, en busca de ventajas tributarias o de regulación, solo están de camino hacia su destino final, de manera que la IED no llega a establecer un vínculo con la economía real del país receptor.
Cambios en el comercio mundial
y en los flujos de inversión